Lamentablemente, hoy la existencia tiene una grave carencia de espiritualidad y está demasiado saturada de sicología barata. Percibimos por doquier la soledad del hombre y el vacío de la vida. Nos preguntamos si existirá alguien que sea testigo de lo divino, es decir, de un Dios más cercano a nosotros de cuanto podamos estarlo nosotros mismos. ¿Quién llevará a mi vecino a un encuentro personal con Cristo? ¿No podría llevarlo yo? ¿Será orgullo por mi parte si creo que puedo hacerlo? ¿O no será esto más bien un humilde reconocimiento de que lo que se me ha dado no es mío? Si he recibido a Cristo, no puedo esconderlo. Debo ser transparencia de su amor, de su persona. Porque un solo encuentro con él, un encuentro que sea realmente personal, basta para cauterizar las enfermedades del alma en cualquier hombre de este mundo.
Recomendamos la lectura orante de Gálatas 1, 11.16; 2, 19-20 para la reflexión personal y grupal.
Tomado de: Revista ORAR, Nº 199
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