Ir al contenido principal

Apóstol por la Gracia de Dios


Te quiero contar ahora lo que después se ha llamado mis viajes apostólicos. Pero antes, déjame que te señale algunas fechas de mi vida, para que me sitúes mejor. Yo vine a nacer casi a la par de Cristo. No te extrañe que no sepa la fecha exacta, porque entonces no teníamos tantos documentos como ahora. La caída del caballo, que cambió el rumbo de mi vida y marcó mi conversión, fue uno o dos años después de la resurrección y ascensión de Jesús. Mi primera visita a Pedro- San Pedro le llaman ustedes hoy- tuvo lugar dos años después… Pero ahora me doy cuenta de que no te he dicho nada de esta entrevista con el jefe de la Iglesia. Perdona.

Desde la experiencia del camino a Damasco y la visita de Ananías, yo siempre me consideré un auténtico apóstol, como Pedro, Santiago, Juan, y los otros. Pero a la vez, me sentía como el menor de todos ellos, indigno de ese nombre.
Solo por la gracia de Dios fui lo que fui, e hice lo que hice. Y puedo decir que trabajé más que los demás. ¡Bueno, no yo, sino la gracia de Dios conmigo! Lo dije muchas veces y te lo digo ahora a ti: fui conquistado por Cristo Jesús y olvidando lo que dejé atrás, me lancé de lleno a la carrera para conseguir el premio al que Dios me llamaba desde lo alto por medio de Cristo Jesús.
¡Cómo me gustaría, amigo querido, que tú también te lanzaras a la carrera para cumplir la tarea que Dios te encomiende!
Te iba a contar mi primera entrevista con Pedro en Jerusalén. Perdóname otra vez, pero es que las palabras y los recuerdos se amontonan “en mi corazón” ¿Te has fijado que he dicho “en mi corazón” y no en mi mente” Sí, porque las cosas de Dios tienen como destino el corazón, que es el motor de toda persona humana.

Tan pronto como recobré la vista y me recuperé de las emociones de aquellos días, me lancé a predicar en torno a Damasco y me dirigí a Arabia, que en mi tiempo era la zona transjordánica al norte y al sur del Arabá, desde el mar Muerto hasta el mar Rojo. Vas a tener que tomar otra vez el Atlas, para que te sitúes.
Al volver a Damasco, yo discutía con los judíos, demostrándole que Jesús es el Mesías anunciado por nuestras escrituras. La gente se maravillaba y se preguntaba: ¿no era éste el que vino aquí para llevar encadenados a los seguidores de Jesús ante los sacerdotes judíos? Y se pusieron de acuerdo para capturarme, colocando guardia, día y noche, en las puertas de la ciudad. Conocí sus planes y ¿sabes cómo escapé de sus manos?: haciendo que unos amigos me descolgaran en una cesta desde una ventana por los muros de la ciudad. Así escapé.

Luego de la fuga de Damasco comencé lo que se ha llamado “mi misión” –la tarea que me había encargado el Señor-. En veinte años evangelicé desde Siria y Cilicia hasta Asia y Grecia. Todo acabó en Roma. Ya te enterarás. Pero, vamos a lo inmediato: tras la fuga, vino mi viaje a Jerusalén, donde la mediación de Bernabé eliminó el titubeo de los cristianos y de los Apóstoles acerca de mi conversión y mi predicación, y prediqué por un corto tiempo, discutiendo con los judíos de la lengua griega. Éstos se organizaron para matarme, pero los hermanos cristianos al enterarse me acompañaron hasta Cesarea y de aquí a Tarso, mi ciudad natal. Fue mi primer encuentro informal con Pedro, la cabeza de la Iglesia. Bernabé se convirtió luego en un gran compañero en mis viajes apostólicos, al que tomé mucho cariño. Y él a mí.

Tomado del libro: "San Pablo, Viajante por amor"; Paulinas-Venezuela.Colección Humanidad 4; P. Manuel Rodriguez Espejo, Sch. P.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

San Pablo. De Arabia a Damasco y de Jesusalén a Antioquía

De Arabia a Damasco: “Pablo se fue a Arabia. ¿Es la Arabia que actualmente conocemos? La palabra Arabia designaba en aquel entonces a todos los territorios situados al este del Jordán, estos territorios estaban sometidos a la autoridad romana. Allá estuvo tres años meditando, rezando e instruyéndose en la doctrina del cristianismo. Vuelto a Damasco empezó a enseñar en las Sinagogas que Jesucristo es el Redentor del mundo. Entonces los judíos dispusieron asesinarlo y tuvieron los discípulos que descolgarlo por la noche en un canasto por las murallas de la ciudad. Muchas veces tendrá que salir huyendo de diversos sitios, pero nadie logrará que deje de hablar a favor de Jesús y de su doctrina. De Jerusalén a Antioquía: Pablo decide ir a Jerusalén para conocer a Pedro. Imaginemos Pedro y Pablo de frente ¡Cuantas cosas hablarían! ¡Cómo sería la confrontación de sus experiencias y los deseos de Pablo de conocer mejor las palabras de Jesús de Nazareth! Llegó a Jerusalén y allá se puso tambié

Tener fe

Tener fe es ACEPTAR los designios de Dios aunque no los entendamos, aunque no nos gusten. Si tuviéramos la capacidad de ver el fin desde el principio tal como Él lo ve, entonces podríamos saber por qué a veces conduce nuestra vida por sendas extrañas y contrarias a nuestra razón y a nuestros deseos. Tener fe es DAR cuando no tenemos, cuando nosotros mismos necesitamos. La fe siempre saca algo valioso de lo aparentemente inexistente; puede hacer que brille el tesoro de la generosidad en medio de la pobreza y el desamparo, llenando de gratitud al que recibe y al que da. Tener fe es CREER cuando resulta más fácil recurrir a la duda. Si la llama de la confianza en algo mejor se extingue en nosotros, entonces ya no queda más remedio que entregarse al desánimo. La creencia en nuestras bondades, posibilidades y talentos, tanto como en los de nuestros semejantes, es la energía que mueve la vida hacia grandes derroteros. Tener fe es GUIAR nuestra vida no con la vista, sino con el corazón.

Recapitular las cosas en Cristo

El plan salvífico de Dios, "el misterio de su voluntad" (Ef 1, 9) con respecto a toda criatura, se expresa en la carta a los Efesios con un término característico: “recapitular" en Cristo todas las cosas, las del cielo y las de la tierra (cf. Ef 1, 10). Cristo confiere un sentido unitario a todas las sílabas, las palabras y las obras de la creación y de la historia. El primero que captó y desarrolló de modo admirable este tema de la "recapitulación" fue san Ireneo, obispo de Lyon, gran Padre de la Iglesia del siglo II. Contra cualquier fragmentación de la historia de la salvación, contra cualquier separación entre la Alianza antigua y la nueva, contra cualquier dispersión de la revelación y de la acción divina, san Ireneo exalta al único Señor, Jesucristo, que en la Encarnación une en sí mismo toda la historia de la salvación, a la humanidad y a la creación entera: “Él, como rey eterno, recapitula en sí todas las cosas" (Adversus haereses III, 21, 9). Cri