Pablo, ¿dónde has sido conducido por el Señor?
Pablo nos hace comprender en las cartas a los Filipenses y a los Gálatas por qué caminos lo condujo el Señor.
a) Ante todo el Señor lo llevó hacia un total desapego de lo que antes le había parecido sumamente importante:
a) Ante todo el Señor lo llevó hacia un total desapego de lo que antes le había parecido sumamente importante:
Lo que entonces consideraba una ganancia, ahora lo considero pérdida por amor a Cristo. Más aún, pienso incluso que nada vale la pena si se compara con el conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él he sacrificado todas las cosas, y todo lo tengo como basura con tal de ganar a Cristo (Fil 3,7-8).
Lo ha llevado a una visión completamente nueva de la realidad. No a un cambio moral inmediato, pero a una iluminación que le hace percibir la vida en una nueva óptica, la de Cristo. En esta luz todo le parece diverso y comprende, de una vez, que en su vida todo debe ser rehecho. La revelación de Jesús invierte su actitud interior.
La obra de la gracia es tangible, el cambio es improviso: es una luz que obnubila, es la adhesión rápida al llamado divino de una voluntad que casi no tiene conciencia de haber consentido. La obra de la gracia es fulminante, la fe es un acto de obediencia.
b) Pero justamente mientras Jesús le hace comprender que se equivocó en todo, le confía el bien más precioso, su Evangelio y lo convierte en un anunciador de gracia, de benevolencia y de misericordia.
“Se complació en revelarme a su Hijo y en hacerme su mensajero entre los paganos” (Gal 1,15). Es desconcertante para Pablo que ambas cosas sucedan juntas: el Dios de la misericordia es Aquél que en el instante en que le hace percibir el error, le manifiesta su gran amor ofreciéndole una confianza ilimitada, confiándole su misma Palabra.
La obra de la gracia es tangible, el cambio es improviso: es una luz que obnubila, es la adhesión rápida al llamado divino de una voluntad que casi no tiene conciencia de haber consentido. La obra de la gracia es fulminante, la fe es un acto de obediencia.
b) Pero justamente mientras Jesús le hace comprender que se equivocó en todo, le confía el bien más precioso, su Evangelio y lo convierte en un anunciador de gracia, de benevolencia y de misericordia.
“Se complació en revelarme a su Hijo y en hacerme su mensajero entre los paganos” (Gal 1,15). Es desconcertante para Pablo que ambas cosas sucedan juntas: el Dios de la misericordia es Aquél que en el instante en que le hace percibir el error, le manifiesta su gran amor ofreciéndole una confianza ilimitada, confiándole su misma Palabra.
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