Ir al contenido principal

Pablo: Justificados por el Amor de Cristo

Benedicto XVI, prosiguiendo la catequesis sobre San Pablo, abordó en la audiencia general del miércoles 19 de noviembre la "cuestión de la justificación, de cómo el ser humano se hace verdaderamente justo a los ojos de Dios", que ocupa un lugar central en las cartas del apóstol.

Cuando Pablo encontró al Resucitado en el camino de Damasco, dijo el Papa, era "un hombre realizado, irreprensible en cuanto a la justicia derivada de la Ley", pero "la iluminación de Damasco cambió radicalmente su existencia y empezó a considerar los méritos adquiridos durante una carrera religiosa integérrima como "basura" frente al conocimiento sublime de Jesús".

La epístola a los Filipenses "ofrece un testimonio conmovedor del paso de Pablo de una justicia fundada en la Ley y adquirida observando los preceptos, a una justicia basada en la fe en Cristo. (...) Gracias a la experiencia personal de la relación con Jesucristo Pablo sitúa en el centro de su Evangelio una oposición irreducible entre dos caminos alternativos hacia la justicia: uno construido sobre las obras de la Ley, otro fundado en la gracia de la fe en Cristo".

Así, el apóstol reafirma a los cristianos de Roma: "Todos pecaron y están privados de la gloria de Dios, y son justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que está en Cristo Jesús y añade: "Afirmamos que el hombre es justificado por la fe con independencia de las obras de la Ley".

"Lutero -dijo el Papa- tradujo justificados por la sola fe, (...) pero antes de retomar este punto es necesario aclarar qué es la Ley de la que hemos sido liberados y cuáles son las obras de la Ley que no nos justifican. Ya en la comunidad de Corinto existía la opinión, que vuelve siempre en la historia, de que sería la ley moral y por tanto la libertad cristiana sería la liberación de la ética. (...) Es obvio que esta interpretación es errada. La libertad cristiana no es libertinaje, (...) no es liberación de hacer el bien".

"Para San Pablo, como para sus contemporáneos, la palabra Ley significaba la Torah en su totalidad, (...) que implica (...) un conjunto de comportamientos que van del núcleo ético a las observaciones rituales, (...) que determinan sustancialmente la identidad del hombre justo, (...) como la circuncisión, las reglas alimentarias, etc... Todos estos preceptos que expresan una identidad social, cultural y religiosa eran muy importantes" en la época helenística donde imperaba el politeísmo, e Israel se sentía amenazado en su identidad y temía "la pérdida de la fe en el único Dios y en sus promesas".

Por eso, era necesario crear contra la presión helenista, "un muro que protegiera la preciosa herencia de la fe y el muro eran los preceptos judaicos". Ahora bien, Pablo tras su encuentro con Cristo comprendió que "el Dios de Israel, el único Dios verdadero se convierte en el Dios de todos los pueblos, y el muro (...) entre Israel y los paganos ya no es necesario. Cristo nos protege del politeísmo y sus desviaciones. Cristo nos garantiza nuestra identidad en la diversidad de las culturas (...) y es El quien nos hace justos".

"Ser justo significa sencillamente estar con Cristo, ser en Cristo y con esto basta. Los otros preceptos ya no son necesarios. (...) Por eso, la palabra "sola fide" de Lutero es verdadera si no se opone a la caridad, al amor. La fe es mirar a Cristo, confiarse a Cristo (...) conformarse a Cristo. Y la forma, la vida de Cristo es el amor. (...) Somos justos en la comunión con Cristo que es el amor. (...) La justicia se decide en la caridad".

"Podemos pedir solamente al Señor -concluyó el Papa- que nos ayude a creer, (...) así creer se vuelve vida, unidad con Cristo, transformación, (...) y transformados en el amor a Dios y al prójimo seremos realmente justos a los ojos de Dios".

Fuente: www.revistaecclesia.com

Comentarios

Entradas más populares de este blog

San Pablo. De Arabia a Damasco y de Jesusalén a Antioquía

De Arabia a Damasco: “Pablo se fue a Arabia. ¿Es la Arabia que actualmente conocemos? La palabra Arabia designaba en aquel entonces a todos los territorios situados al este del Jordán, estos territorios estaban sometidos a la autoridad romana. Allá estuvo tres años meditando, rezando e instruyéndose en la doctrina del cristianismo. Vuelto a Damasco empezó a enseñar en las Sinagogas que Jesucristo es el Redentor del mundo. Entonces los judíos dispusieron asesinarlo y tuvieron los discípulos que descolgarlo por la noche en un canasto por las murallas de la ciudad. Muchas veces tendrá que salir huyendo de diversos sitios, pero nadie logrará que deje de hablar a favor de Jesús y de su doctrina. De Jerusalén a Antioquía: Pablo decide ir a Jerusalén para conocer a Pedro. Imaginemos Pedro y Pablo de frente ¡Cuantas cosas hablarían! ¡Cómo sería la confrontación de sus experiencias y los deseos de Pablo de conocer mejor las palabras de Jesús de Nazareth! Llegó a Jerusalén y allá se puso tambié

Tener fe

Tener fe es ACEPTAR los designios de Dios aunque no los entendamos, aunque no nos gusten. Si tuviéramos la capacidad de ver el fin desde el principio tal como Él lo ve, entonces podríamos saber por qué a veces conduce nuestra vida por sendas extrañas y contrarias a nuestra razón y a nuestros deseos. Tener fe es DAR cuando no tenemos, cuando nosotros mismos necesitamos. La fe siempre saca algo valioso de lo aparentemente inexistente; puede hacer que brille el tesoro de la generosidad en medio de la pobreza y el desamparo, llenando de gratitud al que recibe y al que da. Tener fe es CREER cuando resulta más fácil recurrir a la duda. Si la llama de la confianza en algo mejor se extingue en nosotros, entonces ya no queda más remedio que entregarse al desánimo. La creencia en nuestras bondades, posibilidades y talentos, tanto como en los de nuestros semejantes, es la energía que mueve la vida hacia grandes derroteros. Tener fe es GUIAR nuestra vida no con la vista, sino con el corazón.

Recapitular las cosas en Cristo

El plan salvífico de Dios, "el misterio de su voluntad" (Ef 1, 9) con respecto a toda criatura, se expresa en la carta a los Efesios con un término característico: “recapitular" en Cristo todas las cosas, las del cielo y las de la tierra (cf. Ef 1, 10). Cristo confiere un sentido unitario a todas las sílabas, las palabras y las obras de la creación y de la historia. El primero que captó y desarrolló de modo admirable este tema de la "recapitulación" fue san Ireneo, obispo de Lyon, gran Padre de la Iglesia del siglo II. Contra cualquier fragmentación de la historia de la salvación, contra cualquier separación entre la Alianza antigua y la nueva, contra cualquier dispersión de la revelación y de la acción divina, san Ireneo exalta al único Señor, Jesucristo, que en la Encarnación une en sí mismo toda la historia de la salvación, a la humanidad y a la creación entera: “Él, como rey eterno, recapitula en sí todas las cosas" (Adversus haereses III, 21, 9). Cri