Testimonio de Sor Assunta Cocchiara,
En febrero de 1944 – cuenta la entonces Madre Presidente de las Benedictinas – Cassino fue destruida. La misma noche le tocó a Montecassino y a nuestro Monasterio. No habían más esperanzas de regreso. Después de las varias peripecias ocurridas durante el viaje, a las nueve de la noche llegamos a la basílica de San Pablo, cansadas y hambrientas. El Abad Vannucci, al escuchar nuestras aventuras quedó un poco perplejo; después nos encaminó a la colina Volpi, donde las Hijas de San Pablo tenían la Casa generalizia. Fuimos acogidas con suma benevolencia; nos dieron algo de comer y después fuimos alojadas, en una gran habitación.
Abadesa del Monasterio de Santa Escolástica de Cassino
En febrero de 1944 – cuenta la entonces Madre Presidente de las Benedictinas – Cassino fue destruida. La misma noche le tocó a Montecassino y a nuestro Monasterio. No habían más esperanzas de regreso. Después de las varias peripecias ocurridas durante el viaje, a las nueve de la noche llegamos a la basílica de San Pablo, cansadas y hambrientas. El Abad Vannucci, al escuchar nuestras aventuras quedó un poco perplejo; después nos encaminó a la colina Volpi, donde las Hijas de San Pablo tenían la Casa generalizia. Fuimos acogidas con suma benevolencia; nos dieron algo de comer y después fuimos alojadas, en una gran habitación.
M. Tecla leyó en nuestros rostros el íntimo dolor del corazón y con su habitual jovialidad y maternidad nos aseguró diciendo:- No teman, hijas, nuestra casa no es nuestra, sino de Dios y por esto es también de ustedes. Ninguno nunca les dirá que se vayan. Ni yo permitiré que vayan a otros Monasterios no asolados por la guerra. El Señor nos protegerá, con tal de que nosotras tengamos confianza en Él. Esta es la casa de todos; no se preocupen por nada; basta confiar en el Señor y él proveerá a lo necesario para ustedes y para nosotras. Él ve todo y su providencia no nos faltará.
Un día le dije: - Primera Maestra, nosotras nos avergonzamos de seguir comiendo el pan de sus hijas.
Me miró un poco seria, pero pronto una sonrisa le surgió en los labios y en sus bellos ojos. Y me respondió:- No diga más esto. Las tenemos con mucho gusto. Dejemos hacer al Señor. ¡Valor, Madre Presidente!
Conté todo a mis monjas, y verdaderamente nos sentimos alentadas. Encontrándola en su estudio, un día le dije:- Ahora todo terminó para nosotras, porque Cassino ha sido destruida y nada quedó de nuestro Monasterio -. Y concluí: – ¿Dónde iremos a terminar? -. Y ella: – ¡Oh! Madre Abadesa, yo nunca les diré que se vayan, pero es necesario comenzar a dar pasos. Verán que el Señor les dará más de lo que han perdido. Piense en la historia de Job. La palabra de Dios es veraz y hay que tener una gran fe.
Me habló con tanta fe que mi ánimo se alivió y regresé tranquila.
Fuente: http://www.paoline.org/
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