A veces uno quiere volver a ser como un niño, acunado por unos brazos que den seguridad, desvalido y, sin embargo, seguro. Sin responsabilidades, sin horarios, sin exigencias. Dispuesto a hacer muchas preguntas porque sabes que la respuesta está fuera. A veces quieres reposar, estacionando por un rato proyectos, estudios, tareas, retos… y dejarte cuidar por un rato.
“Grábame como un sello en tu brazo, como un sello en tu corazón, porque es fuerte el amor como la muerte” (Ct 8,6)
A veces es demasiada la insistencia en lo propio: Autoestima, autorrealización, autosuficiencia, autoayuda… Y mira, que no, que por más que uno se empeñe, hay una independencia que termina convirtiéndonos en islas. “ Es que hay que ser autónomo, independiente…” dirán algunas voces…¿Para qué? ¿Para no necesitar a nadie? ¿Para que no te hieran? ¿Para valerte por ti mismo? ¿Para estar siempre en control? Pero, ¿no es esa la puerta más directa a la soledad?
Necesitamos confiar, apoyarnos en otros, pedir, mostrarnos vulnerables, compartir las cargas y aprender el amor.
Piensa: ¿En quién me apoyo en la vida? ¿A quién necesito?
Dios necesario es necesario:
Yo les doy vida eterna y no perecerán jamás, y nadie las arrebatará de mi mano. (Jn 10,28).
También necesitamos a Dios. Te necesitamos. Tu palabra, tu latir muy dentro, el sentimiento que alguna vez provocas. Necesitamos sentir que Tú, que nos conoces, nos quieres. Necesitamos tu espíritu que ponga la fuerza, el coraje y la pasión en nuestra vida. Necesitamos tu llamada para ponernos en marcha. Tu amistad para seguirte. Tu aliento para cargar con las cruces de la vida. Tu alegría para reír. Tu amor para salir de los sepulcros. Tu intimidad para creer.
¿Necesito de verdad a Dios? ¿En qué lo noto?
Tomado de: http://www.pastoralsj.org/secciones/reflexiones.asp?id=171&step=0
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