Los domingos de todo tiempo litúrgico son particularmente intensos, son momentos de contactar fuertemente de seguimiento del Señor. Los domongos de Adviento no son una excepción: son básicos en la vivencia cristiana en el camino que nos prepara para la celebración de la Navidad. Cada creyente y la comunidad cristiana, al recordar la espera del nacimiento del Mesías, anticipa y ratifica la esperanza de su venida gloriosa, momento en el que todo será restaurado y viviremos en la plenitud de su amor.
El grito esperanzado de estos días, “¡Ven, Señor Jesús!”, se convierte en descubrimiento de su presencia en el día a día. En otras palabras: hacemos experiencia de que el Señor es, realmente, el “Emmanuel”, el “Dios–con–nosotros”.
El grito esperanzado de estos días, “¡Ven, Señor Jesús!”, se convierte en descubrimiento de su presencia en el día a día. En otras palabras: hacemos experiencia de que el Señor es, realmente, el “Emmanuel”, el “Dios–con–nosotros”.
Es por eso, que podemos considerar cada domingo de Adviento como una jornada de síntesis de lo vivido en la semana apenas concluida, y de proyección en el camino hacia la Navidad. Describiendo de una manera pedagógica el camino que nos lleva hacia Belén:
El primer domingo centra su atención sobre la Parusía, es decir: la venida definitiva del Señor, al final de los tiempos.
El segundo y tercer domingo presentan la figura del Precursor, Juan el Bautista y, con él, la urgencia de preparar el camino del Señor, con las consecuencias que trae tal resolución para la vida de los creyentes.
El cuarto domingo destaca a María, Mujer del Adviento: modelo de espera, imagen de los creyentes y figura de la Iglesia.
Fuente: Preparemos la fiesta. Adviento y Navidad. Editorial Paulinas.
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