Palabras como sacrificio, dedicación, disciplina y otras similares parecen perder hoy día su sentido de ser. Nos toca a los laicos hoy día buscar a ser ecos esas palabras de San Pablo de no querer correr esta carrera que es nuestra vida cristiana sin antes prepararnos (I Co. 9, 26). Las Iglesia nos brinda las herramientas necesarias para prepararnos día a día en esta carrera. Los sacramentos son por decirlo así, como esos oasis donde recobramos las fuerzas que perdemos por medio del agotamiento espiritual que causa el pecado. Cristo dejo los sacramentos de iniciación (bautismo, comunión & confirmación) para darnos las bases necesarias. De igual forma, nos dejos los sacramentos de sanación (confesión & unción de los enfermos) para curar las llagas del alma que causa las caídas que sufrimos en este maratón. Como comunidad eclesial que somos los bautizados, Cristo también nos ha dejados los sacramentos el servicio de la comunidad (matrimonio & orden sacerdotal) para mantener esa comunidad de amor funcionado en optimas condiciones tanto en lo humano como lo espiritual. Conjunto a la práctica de los sacramentos hemos de esforzarnos por ejercitar las virtudes que moldean nuestra caridad fraterna.
Como atleta que fui en mis tiempos de secundaria y la universidad reconozco muy bien que es muy cierto lo que Pablo manifiesta acerca de los atletas y su preparación. El día comenzaba para mí a eso de las 4 de la mañana donde tenía que correr de ocho a diez millas. Esto era así porque temprano en la mañana se concentra la mejor calidad de oxigeno en especial en las ciudades más grandes. Luego de todo un día de clases en la tarde, casi al caer el sol, nuevamente a entrenar ya fuera ir al gimnasio o ir a la pista de correr para desarrollar velocidad. Esa era la rutina de toda la semana para eventualmente buscar a ganar una carrera que podría durar de una a dos horas.
Ahora bien, como compagino toda esta experiencia que entes mencione con mi vida cristiana. Recuerdo a un sacerdote en el pueblo donde me crie en Puerto Rico que solía decir; un cristiano que no ora al comenzar y al finalizar el día es un cristiano incompleto. Como podemos apreciar la oración es el punto de salida y llegada en esta olimpiada que llamamos vida cristiana. De la misma forma que solía despertarme temprano en la mañana y comenzar mi rutina de ejercicios así he de emprender y buscar esa intimidad con Dios en mis plegarias matutinas. Luego de transcurrir las faenas del día, ya sea en nuestro trabajo, estudio, quehaceres de la casa y cualquier otra cosa que este nuestra agenda diaria hemos de concluir conectados a Dios. Este es el momento donde damos gracias a Dios por los dones del día, por los logros grandes o pequeños que hayamos realizado durante el día. De igual forma, es ocasión de pedirle por el próximo día que ha venir. Comenzar y finalizar en unión intima con Cristo en la oración porque él es el alfa y el omega.
La fe exige sacrificios y no es algo que podamos sobrellevar por nosotros mismos. Para eso necesitamos de la existencia de Dios por medio de su Espíritu Santo. Dios nos deja su Santa Iglesia y con ella una serie de herramientas que no debemos desaprovechar. Que sean la oración, los sacramentos y hasta la misma comunidad esas herramientas que nos han de fortalecer en los momentos más difíciles. Como cristianos estamos llamados a convertirnos en atletas de Cristo siendo fieles y valientes testigos de su Buena Nueva. Este "deporte" ha de ser nada fácil pero tampoco imposible de realizar, para eso nos dejo las herramientas necesarias.
San Pablo supo ser sin duda alguna todo un paladín y fiel competidor para Cristo. Que el ejemplo digno de San Pablo nos motive día a día a sobrellevar esta vida cristiana. Que podamos decir un día, al igual que el Apóstol Pablo que hemos sabido correr dignamente esta carrera de la vida cristiana. Mi compromiso es ser atleta de Cristo… ¿el tuyo cual es?
Fuente: es.catholic.net
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