San Pablo no es historia pasada, sino que quiere hablar con nosotros hoy. De ahí que debamos mirar con él «hacia el futuro, hacia todos los pueblos y todas las generaciones». Aspectos destacables suyos, hay muchos. El Papa subrayó tres: su amor a Cristo y su valentía predicando el Evangelio; su experiencia de la unidad de la Iglesia con Jesucristo, y su conciencia de que el sufrimiento va inseparablemente unido a la evangelización.
Del primero cabe decir, efectivamente, que la fe de Pablo en Gálatas «es la experiencia del ser amado por Jesucristo de manera totalmente personal… Su fe es el impacto del amor de Dios sobre su corazón, cuya experiencia le empujó a través de las dificultades. Pablo era alguien capaz de amar, y todo su obrar y sufrir se explica a partir de este centro». Su fe consiste en ser conquistado por el amor de Jesucristo, un amor, éste, que lo conmueve en lo más íntimo y lo transforma. No es su fe, por eso, una teoría, una opinión sobre Dios y sobre el mundo. Opiniones, al fin, puede haber muchas, y brotan en última instancia de la subjetividad. No. Su fe es el impacto del amor de Dios en su corazón, donde se resuelve en amor a Jesucristo.
Para la unidad de la Iglesia, el Papa se detuvo en el Camino de Damasco y la conocida frase «Yo soy Jesús, a quien tú persigues» (Hch 9,5), señalando que Jesús se identifica así con la Iglesia en un solo sujeto. En esta exclamación del Resucitado, que transformó radicalmente la vida de Saulo, está contenida toda la doctrina sobre la Iglesia como Cuerpo de Cristo. Es decir, que ni Cristo se fue al Cielo desentendiéndose de quienes proseguimos aquí su causa «peregrinando entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios», que diría San Agustín (ciu. Dei 18,51,2; cf. LG 8), ni la Iglesia es asociación que quiere promover una cierta causa. Las cartas paulinas nos transmiten, más bien, a un Cristo que nos atrae continuamente hacia su Cuerpo y lo edifica a partir de la Eucaristía, centro, para Pablo, de la existencia cristiana, en virtud del cual todos, comprendido cada individuo, pueden de manera totalmente personal experimentar, exclamando con el Apóstol: «la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Ga 2, 20). Gracias a la sangre de Cristo, pues, «los lejanos» se han convertido «en cercanos». Por eso, también hoy, en un mundo que se ha hecho «pequeño», globalizado en resumen, pero donde muchísimos no han encontrado aún al Señor Jesús, este jubileo paulino nos «invita a todos los cristianos a ser misioneros del Evangelio».
El tercer aspecto, en fin, es el del sentido del sufrimiento en el Apóstol Pablo. Lo comentó el Papa por la Carta a Timoteo. «El encargo del anuncio y la llamada al sufrimiento por Cristo van inseparablemente juntos. La llamada a ser el maestro de las gentes es al mismo tiempo intrínsecamente una llamada al sufrimiento en la comunión con Cristo, que nos ha redimido mediante su Pasión. En este mundo posmoderno en que nos ha tocado vivir, donde la mentira campa con tantos seguidores, la verdad se paga con el sufrimiento. Quien quiere tener el sufrimiento lejos de sí, tiene alejada la vida misma y su grandeza. Lo dijo el Papa con frase lapidaria: «No hay amor sin sufrimiento, sin el sufrimiento de la renuncia de sí mismo, de la transformación y purificación del yo por la verdadera libertad».
Cortesía de: www.revistaecclesia.com
Del primero cabe decir, efectivamente, que la fe de Pablo en Gálatas «es la experiencia del ser amado por Jesucristo de manera totalmente personal… Su fe es el impacto del amor de Dios sobre su corazón, cuya experiencia le empujó a través de las dificultades. Pablo era alguien capaz de amar, y todo su obrar y sufrir se explica a partir de este centro». Su fe consiste en ser conquistado por el amor de Jesucristo, un amor, éste, que lo conmueve en lo más íntimo y lo transforma. No es su fe, por eso, una teoría, una opinión sobre Dios y sobre el mundo. Opiniones, al fin, puede haber muchas, y brotan en última instancia de la subjetividad. No. Su fe es el impacto del amor de Dios en su corazón, donde se resuelve en amor a Jesucristo.
Para la unidad de la Iglesia, el Papa se detuvo en el Camino de Damasco y la conocida frase «Yo soy Jesús, a quien tú persigues» (Hch 9,5), señalando que Jesús se identifica así con la Iglesia en un solo sujeto. En esta exclamación del Resucitado, que transformó radicalmente la vida de Saulo, está contenida toda la doctrina sobre la Iglesia como Cuerpo de Cristo. Es decir, que ni Cristo se fue al Cielo desentendiéndose de quienes proseguimos aquí su causa «peregrinando entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios», que diría San Agustín (ciu. Dei 18,51,2; cf. LG 8), ni la Iglesia es asociación que quiere promover una cierta causa. Las cartas paulinas nos transmiten, más bien, a un Cristo que nos atrae continuamente hacia su Cuerpo y lo edifica a partir de la Eucaristía, centro, para Pablo, de la existencia cristiana, en virtud del cual todos, comprendido cada individuo, pueden de manera totalmente personal experimentar, exclamando con el Apóstol: «la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Ga 2, 20). Gracias a la sangre de Cristo, pues, «los lejanos» se han convertido «en cercanos». Por eso, también hoy, en un mundo que se ha hecho «pequeño», globalizado en resumen, pero donde muchísimos no han encontrado aún al Señor Jesús, este jubileo paulino nos «invita a todos los cristianos a ser misioneros del Evangelio».
El tercer aspecto, en fin, es el del sentido del sufrimiento en el Apóstol Pablo. Lo comentó el Papa por la Carta a Timoteo. «El encargo del anuncio y la llamada al sufrimiento por Cristo van inseparablemente juntos. La llamada a ser el maestro de las gentes es al mismo tiempo intrínsecamente una llamada al sufrimiento en la comunión con Cristo, que nos ha redimido mediante su Pasión. En este mundo posmoderno en que nos ha tocado vivir, donde la mentira campa con tantos seguidores, la verdad se paga con el sufrimiento. Quien quiere tener el sufrimiento lejos de sí, tiene alejada la vida misma y su grandeza. Lo dijo el Papa con frase lapidaria: «No hay amor sin sufrimiento, sin el sufrimiento de la renuncia de sí mismo, de la transformación y purificación del yo por la verdadera libertad».
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